Ciprés de Silos
EL MUNDO 29.12.2009
¿Cómo van antes a Nueva York y al Caribe que a la maternidad donde las primeras sopas que nos dieron? Ese lugar sagrado donde monjes copistas escribieron las glosas en román paladino mientras criaban el vino y la palabra, espera con la puerta abierta. Los que llevaron la semilla del ciprés y del habla a todos los confines les esperan cantando. En esta ciudadela, de abadía a abadía, Berceo resolló en castellano: «Quiero fer prosa en román paladino, /en qual suele el pueblo fablar con so vezino». Te hipnotizan las serpientes ápteras. En Santiago de Compostela está la estatua del maestro Mateo, y dice la leyenda que si te das un coscorrón aumenta la inteligencia. Prefiero Silos. He vuelto con Aquiles y Vicente. Volveremos cada año hasta que Aquiles, el último Cabeza de Vaca de la utopía española, lleve el gregoriano a San Patricio, a la ONU y a la Zona Cero, como lo llevó al Teatro Real en 1972. En cada peregrinación están los monjes un poco más convencidos, dispuestos a embarcarse en la aventura de unir con gregoriano popular las civilizaciones.
Era el cumpleaños del abad Clemente, un florentino que nació en Castilla. Nos obsequiaron con una hemina de buen vino. Volví a entender la conexión entre hipnosis y religión. Si Dios ha muerto, su espectro permanece en este romance de piedra, santuario del silencio. Umberto Eco se inspiró en esta botica para escribir El nombre de la rosa. Lorca levitó cuando llegó en diligencia. Alberti se derrumbó: «Déjame bajar, que quiero, Madre, ser tu jardinero».
Otro prodigio es el abad Clemente Serna, al que consultan presidentes y sabios como Valentín Fuster. Sube por el ciprés gateando con el fin de podar las ramas enfermas. Para demostrar que no es un milagro asoma la cabeza de trecho en trecho. Un hombre que es capaz de subir como un mono por el ciprés tiene capacidad para ser pontífice.
Le recuerdo que hubo papas benedictinos. Me dice que lo ideal sería un negro o un indio. Me pregunto por qué piensan en un golfo cardenal italiano y no en un monje como Clemente, que habla de Dios sin hablar, en el monte de los enebros, a la sombra del ciprés más cantado por los poetas, en el manantial del bautismo de España.