RETORNO A LA CIUDAD INVISIBLE
***
(I)
Una bruma persistente emergía desde el valle y se iba desplazando hacia los escarpes almenados que rodeaban la ciudadela. La rosa de los vientos, desconcertada, había extraviado su sentido de la orientación, y un oscuro desfiladero me invitaba a descender por lo que parecía era el camino que podía llevarme hasta la única puerta de acceso de la ciudad invisible. Tiré una moneda al aire, pero cuando cayó al suelo había cambiado las figuras de ambas caras por la influencia de algún extraño campo magnético. Por ello no pude saber cuál era el camino que debía elegir. Decidí cruzar el río y adentrarme por las fauces de aquella hendidura sobrecogedora sin más estímulo que mi propio miedo. Aquel laberinto de erosiones excavadas por el viento amenazaba con ser una interminable marcha hacia ninguna parte llena de peligros. Resonaba el eco ensordecedor de los graznidos de imaginarios guardianes que velaban su vigilia colgados a resguardo de las penumbras de las cuevas que, cual oscuras cuencas vacías, festoneaban las paredes de aquellos cortados altivos. (continuará)
Madrid, otoño de 2009.
Eduardo.
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