LA PRINCESA DE ÉBOLI (y III)
(1540-1592)
***
- Haced lo que queráis, Escobedo, que más quiero al trasero de Antonio Pérez que al Rey.
Esta fue la respuesta de esta indómita mujer ante los requerimientos del secretario de Don Juan de Austria, Juan ESCOBEDO, acerca de la advertencia de éste a la dama del enojo del Rey por sus amoríos con su Secretario. Y estaba viuda y con seis hijos vivos de los diez que tuvo, de los cuales, Rodrigo, el tercero y futuro Duque de Pastrana, bien podía serlo de Felipe II.
Y así era como Antonio PÉREZ la veía cuando huido a Francia y por lo tanto desterrado, recordaba y describía a su brava amante:
- No hay leona más fiera ni fiera más cruel que una linda dama...como de tal hay que huir.
Evidentemente, el corrupto Secretario del Rey, Antonio PÉREZ, venía a reconocer que sus amoríos con aquella mujer eran la causa de su caída en desgracia. Desde luego la Princesa no se callaba con nadie, ni siquiera con el Rey. No obstante Antonio PÉREZ siempre dejó constancia y tuvo por declarado en todas las instancias que ella no tenía nada que ver en la muerte de Juan ESCOBEDO. Pero la suerte de los dos estaba echada, por la mano de un rey arbitrario y probablemente celoso.
Madrid en el siglo XVI
Plano de Madrid de la época, donde puede verse la antigua iglesia de la Almudena, y el palacio de la Princesa (hoy desaparecido por el ensanche de la calle Bailén; hay unos jardines en su lugar). Antonio PÉREZ aseguró que Felipe II, la noche del prendimiento de la Princesa en su Palacio, el 28 de julio de 1579, lo presenció escondido en la iglesia.
Acababa de llegar de Roma el Cardenal GRANVELA llamado por el Rey para que le aconsejara en este caso. Y hacia las once de la noche, Antonio PÉREZ y la Princesa de Éboli fueron arrestados. El primero por el Alcalde de Casa y Corte y dos docenas de alguaciles:
- ¡Señor don Antonio PÉREZ, en el nombre del Rey quedáis detenido!
A la misma hora se personaban en el Palacio de la Princesa el Capitán de la guardia del Rey y nada menos que del Almirante de Castilla, con un séquito de guardias reales también. La Princesa, sorprendida por tan importante visita, no daba crédito cuando le comunicaron la detención, e intentó enviar a su hijo Rodrigo, ya duque de Pastrana, a hablar con el Rey. Es decir, con quien era probablemente su verdadero padre, pero no fue autorizado.
Allí acababa la vida cortesana de esta admirada y envidiada dama por unos y temida por otros. Desde entonces, sus días de fortuna, poder y belleza daban paso a un cruel y siniestro encierro hasta su muerte, sin más acusación que la de haber cometido desacato al Rey al no mediar ante Antonio PÉREZ en su enfrentamiento con el otro Secretario Mateo VÁZQUEZ. Sometida así a la voluntad caprichosa, arbitraria y vengativa del Rey.
Y si los británicos tenían su Torre de Londres donde encerraban y ejecutaban a sus prisioneros nobles, en la Corte de los Austrias del imperio español era utilizada esta fortaleza levantada en la ciudad de Pinto (Madrid), donde nobles levantiscos o intrigantes eran encerrados sin remisión. Las condiciones de la prisión que sufrió la Princesa de Éboli en este lugar fueron espantosas. Incomunicada y con un fiero e implacable guardián, no pudo obtener del Rey un cambio de prisión sino hasta la intercesión de nada menos que el Rey de Portugal. Y la del yerno de la propia Princesa, el poderoso Duque de Medinaceli.
***
Y de la Torre prisión de nobles de Pinto, a la prisión de clérigos de Torremocha de Jarama, San Torcaz, en el noreste de Madrid. Por esta célebre prisión había pasado el obispo Acuña, aquel terrible obispo comunero que desde Zamora y al frente de la guerrilla, llegó a Toledo y se hizo nombrar Arzobispo ante el estupor de todo el mundo. También pasó por esta prisión nada menos que el mismísimo cardenal Cisneros.
La vida de la Princesa de Ébolí en esta su nueva prisión fue algo más benévola, pues aquí, al menos, se le permitió recibir a sus hijos. Si bien le fue nombrado guardián un antiguo servidor suyo, lo cual fue considerado como una humillación por la altiva dama. Los rigores del invierno y las malas condiciones higiénicas de la cárcel, dieron con doña Ana en graves enfermedades, que a punto estuvieron de hacerla morir tras varias sangrías practicadas inútilmente por los médicos. Y las peticiones cada vez más insistentes y alarmantes no ablandaron al despótico monarca. Y ya ni siquiera el rey de Portugal que acababa de morir, podía interceder por ella. Felipe II estaba, además, ocupado en invadir Portugal y proclamarse Rey también, cosa que hizo con su ejército, al frente del cual iba el Duque de Alba.
***
Cuando el Rey estaba convencido de la segura muerte de la Pirncesa en San Torcáz, accedió a su traslado a su Palacio de Pastrana. Allí mejoró de salud y pudo por fin disponer de un régimen más relajado, no obstante no poder salir de Palacio. Pero al Rey le llegaron rumores de nuevas ligerezas de la Princesa, entre las más graves la que circulaba de nuevas entrevistas con Antonio PÉREZ, que, en libertad, él sí, aunque por poco tiempo, enviaba emisarios a la dama presa.
Pero la cólera del rey estalló cuando tuvo detalles por informadores alevosos e interesadas, y que le decían que la Princesa malgastaba toda la hacienda y tenía abandonados a sus hijos. Felipe II decretó sin más su incapacitación, y con ello la pérdida de toda facultad de disponer de ducado alguno de su fortuna heredada de su marido Ruy Gómes. Eso y la marcha de su hijo Rodrigo, así como el endurecimiento de las condiciones de la prisión, donde prácticamente vivió emparedada, con una sola ventana enrejada que daba a la plaza del Palacio, supuso la muerte civil de aquella singular mujer. Desde luego doblegada por la terca, injusta y despótica mano del poderoso Rey Felipe II. Sólo tuvo como consuelo en sus últimos días de encierro antes de morir, la compañía de su hija menor Ana, que tenía ocho años cuando fue prendida en 1979. Hasta el último momento la acompañó en Palacio. Esta circunstancia recuerda también la vivencia de otra mujer, Juana la Loca, aunque esta era Reina y vivió en Tordesillas (Valladolid).
En la cripta de la Colegiata de Pastrana reposan los restos de esta singular mujer
No hay comentarios:
Publicar un comentario