Le nouvel observateur publicó en el año 2008 esta portada, a propósito del centenario del nacimiento de la célebre autora de El segundo sexo. Pronto surgieron los rumores que apuntaba a su amante Nelson Algren como su autor, pero todo sucedió de otra forma. La tomó Art Shay en Chicago en el año 1950, cuando la escritora tenía 42 años. En aquellos tiempos visitaba a su amante, el escritor estadounidense autor de la célebre novela llevada al cine El hombre del brazo de oro. "Ese día, - contó Shay, amigo de Algren - Simone, que estaba en Chicago, necesitaba tomar un baño y la llevé al apartamento de otro amigo". "Ella acababa de ducharse. Fue mientras se peinaba frente al espejo cuando me sobrecogió el impulso de captar la imagen - se justificaba Shay que era fotógrafo profesional -. Ella supo que había tomado la fotografía porque escuchó el clic de mi Leica que utilicé durante la guerra". "Malvado", me dijo.
Le duxiéme sexe
(Simone de BEAUVOIR, 1949)
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No se nace mujer: una llega a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana: la civilización en conjunto es quien elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica como femenino. Sólo la mediación de un ajeno puede constituir a un individuo en otro..."
(1947-1964)
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En 1968, la Beauvoir publicó A Transatlantica Love Affair, donde hacía públicas las más de trescientas cartas que ella le remitió a Nelson Algren, desde París a Chicago a lo largo de los cuatro años de tórrido romance entre ambos. Siguiendo el consejo de Sartre, Simone contó con pelos y señales esa relación, lo cual indignó a Nelson que contestó en varias revistas, entre ellas Play Boy . En las cartas que le dirige a su amante al otro lado del Atlántico, Beauvoir reconoce que con Algren descubrió por primera vez los placeres del cuerpo: "Te pertenezco, Nelson. Soy tu pequeño fetiche". Y con él, el reencuentro con la Simone dependiente y sumisa. Con Sartre, que era su igual, se mostraba arrogante y caprichosa, pero con Algren, mostraba su lado más courtois y hasta servil: "Querido mío, voy a fregar los pisos, voy a cocinar todas las comidas, voy a escribir no sólo mi libro sino el tuyo también". Las cartas a Nelson nos descubren a una Simone suplicante, que sufre y vive su amor de manera irreflexiva y casi adolescente, con una ternura que casi inspira compasión.
Esto es lo que le escribía la "castor" de Sartre, cuando en 1950 se disponía a viajar a Chicago para pasar con su amante una temporada en una cabaña del lago Míchigan. En 1954, Beauvoir publicó Los mandarines, donde Algren aparece bajo el nombre de Lewis. En realidad fue esta una historia de amor de dos soledades, de dos mundos culturales distintos, unidos por la pasión durante una década. Él la pidió casarse, pero ella le dijo que no podía renunciar a Sartre, con el que estaba unida por el indestructible lazo de amor existencial. Y no soportó compartirla, de modo que allí, en 1950, en la cabaña del lago Míchigan, Algren le dijo que ya no la quería más. Volvieron a encontrarse al año siguiente en el mismo lugar, pero ya ni siquiera se tocaron. Ella volvió a París, y desde el aeropuerto de Nueva York, cuando regresaba, le escribió una despedida:
"Sé feliz, mi querido. Sé feliz y guárdame un lugar en el desván de tu corazón". La Beauvoir dejó así el mundo de los sentimientos. Pero cuando murió en 1986, pidió que la enterraran con el anillo que Algren le había regalado. Johnny Depp junto con su mujer, protagonizará una próxima película sobre esta historia de amor, de la que ya hay una versión teatral.
Beauvoir consideraba una tragedia humillante que las mujeres perdieran su atractivo físico cuando su apetito sexual seguía activo. Ella llegó a los 44 años con la sensación de ver extinguida su vida amorosa. Pero pronto comenzó un romance con el periodista Claude Lanzmann, quince años más joven que ella. Mientras tanto, la vida amorosa de Sartre era intensa y enredada como siempre. Durante varios años mantuvo relaciones con tres mujeres a la vez, sin que ninguna de ellas conociera la situación: Wanda Kostakiewicz, Michelle, la que era esposa de Boris Vian y Evelyn, hermana del amante de Simone, Claude Lanzmann.
La Beauvoir y Sartre mantuvieron un pacto: transparencia total en sus relaciones. Pactaron su "fidelidad" al compromiso de contarse las infidelidades, aunque su pasión amorosa en realidad duró poco, tal y como cuenta Hazel Rowley en su libro: "Sartre y Beauvoir: historia de una pareja" (Lumen, 2006). No obstante - decían ellos - los dos se profesaban el amor absoluto, los demás eran contingentes. Mantenían el pacto de no ocultarse nada, incluidas las confidencias sobre sus amantes, algunos de los cuales compartieron ambos. Para evitar los celos se contaban todos los secretos de sus conquistas.
Los dos eran grandes seductores y muchos de sus amores, hoy, con la nueva moral victoriana de lo políticamente correcto, les habrían traído problemas. Beauvoir sostuvo relaciones con varias de sus alumnas adolescentes: Colette Audry, Nathalie Sorokine y Bianca Bienefeld, que luego también amaron a Sartre. Parejas y tríos, incluso cuartetos, acabaron formando lo que llamaron "la familia". Olga Kostakiewicz, fue una de las protegidas y se acostó con Beauvoir, pero no quiso hacerlo con el autor del "Ser y la nada". Aunque Sartre sí lo consiguió con su hermana Wanda, quien luego fue una de sus amantes más duraderas. Y la Beauvoir no pudo resistir la tentación del marido de Olga, Jacques L. Bost, del que se enamoró y con quien tuvo una relación clandestina, al mismo tiempo que se acostaba con Bianca.
Sartre le propuso matrimonio a dos mujeres: a Zonina y a Dolores Vanetti, actriz que conoció en Estado Unidos antes que la Beauvoir a Algren. Pero ninguna de ellas aceptó porque no querían compartirlo. Cuando la Beauvoir se enteró de la propuesta, algo que Sartre no le había dicho traicionando el "pacto de transparencia" entre ambos, Simone asistió a una comida con la pareja, pero no quiso comer. Sufría por amor y no pudo probar bocado. Dolores - confesaría después - fue la única que le dio miedo. Sartre no soportaba ser rechazado, pero nunca entregó más que el cuerpo. Castor (como Sartre la llamaba) también confesaría en su libro La fuerza de las cosas, que en 30 años, sólo una vez se fueron a dormir enemistados. Nunca compartieron casa, incluso durante 18 años vivieron en un hotel en habitaciones separadas.
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