Consuelo es la "rosa" de El Principito. La mujer que inspiró este símbolo y el remordimiento de Antoine de Saint-Exupéry por haber tratado tan injustamente a esa flor orgullosa y con espinas.
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—¿Sabes?... mi flor... soy responsable... ¡y ella es tan débil y tan inocente! Sólo tiene cuatro espinas para defenderse contra todo el mundo...
Durante mucho tiempo, Antoine, el héroe nacional francés, ocupa toda la atención. Construyen su pedestal; nace el mito desparecido en combate frente a las costas de Marsella. De ella, la viuda del héroe aviador y del genio, apenas se habla. Es ocultada o ignorada. Maltratada por los biógrafos, es considerada una extravangante tonta desacreditada. Sólo su suegra Marie la defiende. La dejan reducida a mera mujer objeto, infiel y coqueta, entre los círculos culturales de su ex marido. Sin embargo, en 1946 escribió sus memorias que nunca publicó. Sólo cuando murió se dieron a conocer muchas claves.—¿Sabes?... mi flor... soy responsable... ¡y ella es tan débil y tan inocente! Sólo tiene cuatro espinas para defenderse contra todo el mundo...
"Tú eres eterno, mi niño, mi marido, te llevo dentro de mí, como El Principito, somos intocables. Intocables como los que están en la luz" Esto escribía Consuelo, en un diálogo imaginario entre los dos. Es la forma de poder soportar la ausencia de Tonio, desaparecido en "aquel baño del río de balas y metralla"
"Me resulta muy penoso - dice - sacar a la luz la intimidad de mi hogar juno a mi marido Saint Exupéry. Creo que una mujer nunca debería tocar ese tema, pero me veo obligada a hacerlo porque se han contado muchas mentiras sobre nuestra vida familiar y no quiero que eso continúe"
Él se dejaba llevar fácilmente por influencias tendenciosas, prestaba oídos a la malevolencia, se dejaba enternecer y seducir por sus admiradoras. Lo que le gustaba es vivir como le plazca, hacer lo que dé la gana. No deber nada a nadie, ser libre. Sin embargo vive anclado de sí mismo. Y vuelve a Consuelo, sublimada: "Consuelo, florece para mí retorno...; Consuelo, mi lucecita bendita...Hazme un abrigo con mi amor".
El Principito nació del fuego de Consuelo. Y la rosa está en el mismo corazón del cuento. Consuelo es quien inspira el remordimiento de Antoine Saint-Exupéry por haber sido tan ingrato e injusto con su rosa: "Pero yo era demasiado joven para amarla". Él pensaba dedicarle El Principito, pero Consuelo prefirió que se lo dedicara a su amigo León Werth. Le prometió que le dedicaría la segunda parte cuando regresara de la guerra. Que esta vez ella sería la princesa de sus sueños. No pudo volver.
Él se dejaba llevar fácilmente por influencias tendenciosas, prestaba oídos a la malevolencia, se dejaba enternecer y seducir por sus admiradoras. Lo que le gustaba es vivir como le plazca, hacer lo que dé la gana. No deber nada a nadie, ser libre. Sin embargo vive anclado de sí mismo. Y vuelve a Consuelo, sublimada: "Consuelo, florece para mí retorno...; Consuelo, mi lucecita bendita...Hazme un abrigo con mi amor".
El Principito nació del fuego de Consuelo. Y la rosa está en el mismo corazón del cuento. Consuelo es quien inspira el remordimiento de Antoine Saint-Exupéry por haber sido tan ingrato e injusto con su rosa: "Pero yo era demasiado joven para amarla". Él pensaba dedicarle El Principito, pero Consuelo prefirió que se lo dedicara a su amigo León Werth. Le prometió que le dedicaría la segunda parte cuando regresara de la guerra. Que esta vez ella sería la princesa de sus sueños. No pudo volver.
EL ENCUENTRO EN BUENOS AIRES
Consuelo Sucin, salvadoreña, se dirigía a Buenos Aires en 1933 cuando era presidente El Peludo, y en vísperas de una revolución más de los estudiantes. Era viuda de Enrique Gómez Carrillo, al que iban a homenajear porque el gobierno argentino le estaba muy agradecido por sus servicios como diplomático. Visitó al presidente en la Casa Rosada, y comprobó que aquel hombre que dos días después iba a ser derrocado, sólo le preocupaba tener una granja de gallinas. Al día siguiente cenó con un ministro. Luego se prolongó la velada en el hotel y cuando ya se disponía a abandonar el salón, apareció un hombre moreno muy corpulento que, cuando se disponía a ponerse el abrigo, le tiró de las mangas y la convenció con persuasión para que se quedara un rato más. Luego desplegó todo un repertorio para conseguir retenerla. Le leyó las manos, le contó historias de la Patagonia y, finalmente, y ante la insistencia por abandonar la velada, él le dijo que quería invitarla a volar en su avión.
- ¡Usted se viene a mi avión para ver el Río de la Plata desde el aire! Es muy bonito, ¡verá una puesta de sol como no puede verse en ningún otro sitio!
Se resistió disculpándose por compromisos con sus amigos. Él invitó a sus amigos también. Antoine era el director de la Aeropostale, y podía tener cuantos aviones quisiera. Fueron al aeropuerto, no sin protestar. Sus amigos también. Subieron al avión y los ocupantes se sentaron tras la cabina aislada por una cortina. A ella la puso en su cabina junto a él en el asiento del copiloto.
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"Yo tenía mucho miedo, pero le confié mi vida. Despegamos. Los músculos de su cara se relajaron. Volamos sobre la llanura y sobre el mar. Me sentí palidecer y suspiré profundamente. De repente apagó el motor.
- ¿Ha volado mucho?
- No, es la primera vez - dije tímidamente.
- ¿Le gusta? Me preguntó divertido.
- No, es raro, sólo eso.
Soltó la palanca de mando para hablarme al oído. Se divertía con sus loopings. Sonreí.
Me puso la mano en la rodilla y me dijo, ofreciéndome la mejilla.
- ¿Quiere besarme?
- Pero señor Saint Exupéry, usted sabe perfectamente que en mi país sólo se besa a alguien que realmente se ama. Soy viuda desde hace poco, ¿cómo quiere que le bese?
Se mordió los labios para reprimir una sonrisa.
- O me besa o nos vamos al gua -dijo, y dirigió el morro hacia el mar.
Estaba tan enfadada que mordía mi pañuelo.
- ¿Es así como consigue usted que le besen las mujeres? - Le pregunté - Pues conmigo este sistema no funciona. Estoy harta de este vuelo, aterrice por favor. Acabo de perder a mi marido y estoy triste.
- ¡Ah, nos caemos!
- Me da igual.
Entonces me miró, cerró el contacto y dijo:
- Comprendo, no me besa porque soy demasiado feo.
Vi caer unas lágrimas desde sus ojos hasta su corbata y mi corazón se derritió de ternura. Me incliné hacia él como pude y lo besé. Él, a su vez, me besó con vehemencia y nos quedamos así dos o tres minutos. El avión subía y bajaba. Él cerraba y abría el contacto. Todos los pasajeros estaban mareados. Los oíamos detrás, quejándose y gimiendo.
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Así empezó aquella historia de amor y de tormento. Y así lo escribió Consuelo en sus memorias. Un testimonio de una mujer anulada por el mito del héroe de su marido. Era la rosa de El Principito. Una flor orgullosa y con espinas, pero una flor al fin.
Gracias por mostrarme a la rosa, a la rosa terrenal.
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