domingo, 12 de abril de 2009

MI PRIMER AMOR




Quien no haya vivido las sesiones de domingo del cine en un pueblecito no sabe realmente qué es la magia. Yo tendría no más de seis o siete años cuando lo descubrí. El cine de mi pueblo era un caserón que regentaba un tipo renegado con todo el mundo porque era cojo. Allí se hacía el baile también, pero yo aún no había llegado a practicarlo. Tenía una gramola de la que salían roncas notas de melancólicas sonatas del acordeón parisino de Aimable, todos los pasodobles, y algún tango de Gardel que sólo sabían bailar bien Dª Raquel y su marido porque habían vivido algún tiempo en Argentina. Y sobre las paredes, grandes afiches de las películas programadas. Una de ellas era "Anastasia". No recuerdo bien cuál era la versión, si la de Lilí Palmer o la de Ingrid Bergman, pero allí estaba aquel rostro y aquella mirada entre atormentada y sensual. Todas las tardes de domingo, cuando entraba en el salón de cine de mi pueblo que olía a vino en garrafa y a mistela, me acercaba al afiche y me quedaba extasiado mirando aquella cara perfecta y algo aniñada por el corte del flequillo. Fue mi primer amor, sin duda. Pero el tipo cojo del cine nunca traía "Anastasia" y pensé que todo era un reclamo; sólo un reclamo. De todas formas, cuando empezaba la función y se apagaban las luces, yo escuchaba un susurro de Anastasia que me decía al oído:


- Libérame, libérame. Y huyamos a escribir la historia....


Algunos años más tarde se lo escuché cantar a Serrat. Luego, pasados los años, pude ver al fin la película y entonces comprendí el porqué del susurro. Tenía que librarla de las garras del malvado Youl Brynner, ahí es nada. En fin, puedo asegurar que lo intenté. Pero hay algo que nunca he comprendido bien: por qué casi todas las actrices porno más importantes se hacen llamar Anastasia.


Eduardo, abril de 2009.



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