lunes, 2 de agosto de 2010

MUJERES INQUIETAS (E INQUIETANTES) (II)

LA PRINCESA DE ÉBOLI (II)

DOÑA ANA DE MENDOZA Y DE LA CERDA, PRINCESA DE ÉBOLI, DUQUESA DE PASTRANA Y GRANDE DE ESPAÑA
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Es sin duda uno de los personajes más atractivo y enigmático del reinado de Felipe II. Su belleza sorprendentemente realzada por el parche de su ojo que la hacía más provocativa, sus intrigas en la Corte, sus posibles amoríos cortesanos incluso con el propio Rey, y su caída en desgracia que le acarreó la prisión desde 1579 hasta su muerte en 1591, sin juicio ni condena alguna, hace de este personaje uno de los más recurrentes para historiadores, investigadores y novelistas. Y es que, además, muchos de los aspectos más relevantes de su vida, están tan escasamente documentados, que hace mayor el enigma sobre sus andanzas. Ni siquiera se sabe la razón por que usaba el parche en el ojo, sobre el cual abundan todo tipo de conjeturas.

DON FELIPE II, REY
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El particular ensañamiento con que el llamado "Rey prudente" tuvo para con la Princesa de Éboli, no puede tener una explicación fácil. Nunca hubo pruebas de su implicación directa en la muerte del secretario de Don Juan de AUSTRIA, Juan ESCOBEDO, en cuya muerte sí que estuvo implicado el propio Rey. Sólo dos personas, junto al Rey, eran conocedoras de la decisión de matar a Don Juan ESCOBEDO: el marqués de Vélez y Antonio PÉREZ. Los amoríos de éste último con la Princesa de Éboli, mal vistos en la Corte y en particular por ESCOBEDO, su enemigo, hicieron que la sospecha de inducción del asesinato recayera también sobre doña Ana de Mendoza. Así lo denunciaba la familia de ESCOBEDO, pero sin prueba alguna. ¿Actuaba el Rey por puro despecho amoroso en el caso de la Princesa?


La tercera esposa de FELIPE II, Isabel de VALOIS, fue la persona que más intimó y protegió a Ana de Mendoza, formando parte del círculo de sus damas cortesanas más estrecho de Palacio. Es en esa época durante la cual, el Rey, tuvo más íntima relación con la Princesa de Éboli. Pero la muerte de la Reina en 1568, hace que Doña Ana de Mendoza se quede sin su mejor valedora en la Corte.

Es en 1553, cuando se acuerda el casamiento con el hidalgo portugués Ruy Gomes de Silva. Ana de Mendoza sólo tenía trece años. Pero, ¿cómo era posible que una descendiente del Cardenal Mendoza, al que bajo los reyes Católicos consideraban el "tercer rey", casara con un extranjero sin título alguno de nobleza? Ruy Gómes vino acompañando al séquito de Doña Isabel de Portugal para la boda con CARLOS V. Era un niño y entró a formar parte del círculo de amigos del príncipe Felipe. Eran pues amigos de juegos y de la infancia. De modo que la boda de su amigo la ordenaba el Príncipe, y además y lo que es más asombroso, la dotó también el propio Felipe con una considerable cantidad. Ruy Gómes tenía entonces treinta y siete años, veinticuatro más que su prometida.


Ruy Gómes es durante mucho tiempo el privado del Rey, y como tal, uno de los personajes más influyentes del monarca. Hombre de su confianza, lo acompaña en todo momento, incluso cuando tiene que viajar a Inglaterra para casarse con María Tudor. Esta circunstancia hace que la boda con su prometida Ana de Mendoza, que se acordó para dos años después de las capitulaciones, sufriera un notable retraso. Y fue en un viaje de Ruy ordenado por Felipe II, cuando pudo por fin consumar su matrimonio, fruto del cual nació su primer hijo. Felipe II fue pródigo con su leal consejero privado, dándole el título de Príncipe de Éboli, una ciudad del reino de Nápoles, y, posteriormente, nada menos que el mayorazgo de Pastrana, señorío del que sería titulado Duque.



Don JUAN DE AUSTRIA, hermanastro del Rey.



CARLOS V abdicó en 1555, y se retiró al Monasterio de Cuacos de Yuste (Cáceres, España). Allí se llevó a un joven muchacho al que todos conocían como Jeromín, apelativo cariñoso de Jerónimo. Aquel muchacho despierto, al que recibía el propio emperador en sus aposentos, era su hijo natural nacido de su relación con Bárbara BLOMBERG, durante el largo periodo en que tuvo que dejar Toledo para atender los asuntos de los reinos de su imperio en centroeuropa. Felipe II, ya como Rey, lo reconoció y lo nombró Capitán General de la Mar. A partir de entonces, sus intervenciones son decisivas, incluida la batalla de Lepanto. Luego lo nombraría gobernador en Flandes, y es entonces cuando concierta con Antonio PÉREZ ponerle como secretario a un hombre de su confianza: Don Juan ESCOBEDO, con el objeto de que lo vigile. Felipe II no se fía de su hermano, de quien teme que se apodere de Inglaterra para luego hacerlo de España. Juan ESCOBEDO, si bien inicialmente se presta al juego, luego permanece leal a Don JUAN DE AUSTRIA, y descubre el doble juego de Antonio PÉREZ, quien además es un notorio corrupto. Esta circunstancia, unida a los devaneos amorosos con la Princesa de Éboli, es lo que hace que entre ambos haya una gran enemistad. El Rey da su consentimiento para ejecutar su muerte, y antes de matarlo a espada junto a la calle Mayor de Madrid, lo intentaron al menos tres veces con veneno en la comida, pero no lo consiguieron.


A la muerte del marido de Doña Ana de MENDOZA, ocurrido en Madrid en 1573, quiere hacerse monja y con su cadáver presente toma un hábito de un fraile y luego acude con el cortejo fúnebre a Pastrana, donde, después del entierro, acude al convento de las Carmelitas fundado por Santa Teresa y bajo el patrocinio de los duques de Pastrana. Allí se presenta a la madre abadesa con dos de sus criadas, a las que hace tomar el hábito de monja también. Sus imposiciones y los hábitos que intenta introducir en el convento contra las reglas de la Orden, hace que la madre abadesa pida ayuda a Santa Teresa, que se encuentra en Segovia. Y después de muchos intentos, comprende que sólo le queda sacar literalmente a las monjas del convento sin que se entere la Princesa. Y así, envía a dos hombres quienes con carros logran sacar a las monjas, y, en medio de no pocas calamidades, llevarlas sanas y salvas a un convento de Segovia. El enfrentamiento con la Santa la privó de "su" convento, lo cual hizo que publicara un libro contra la fundadora carmelita que la Inquisición prohibió.
(CONTINUARÁ)

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