martes, 20 de julio de 2010

ESTAMPAS DE LA CIUDAD QUE EMERGE

Hay una ciudad que emerge desde la profundidad de calles umbrías, como un juego fantasmal que sorprende al caminante. Un solar autogestionado donde se celebran manifestaciones artísticas espontáneas e improvisadas. Es toda una exhibición alegórica de ácratas refugiados en bocacalles inhóspitas, y en lucha permanente contra el abandono y la desolación a golpe de entusiasmo inútil.





Y una ciudad obsecuente que sucumbe al esplendor del dinero y el poder. Que se renueva a golpes de interés económico y se ofrece blanca y limpia con vocación para seducir al viajero.


La estatua de Felipe IV en la Plaza de Oriente de Madrid (España) es el ejemplo de un milagro. El caballo en corveta, que no al paso, para simular la habilidad ecuestre de un Rey que no lo era. Nada menos que Velázquez y Galileo intervinieron en su diseño, que luego ejecutó el escultor italiano Pietro Tacca.
El problema era cómo conseguir el equilibrio en corveta sin los tres puntos de apoyo del caballo al paso. La solución la sugirió bien Galileo, el proponer que se hiciera maciza la parte trasera del caballo y hueco el resto, así se equilibraba el centro de gravedad. Eso, y apoyar la estatua también en la cola. Fue una solución revolucionaria, que no obstante pagó el Duque de Toscana que se la regaló al Rey.



El perfil de las luminarias fernandinas recortan el atardecer como una percha colgada en la fachada, esperando el ocaso definitivo del sol que, huidizo, se desvanece en el horizonte de los parques, dejando a las parejas ensimismadas con sus abrazos clandestinos.



Y una ciudad frontera al otro lado de cada barrio, que amenaza y se eleva hacia el cielo con una inexplicable turgencia que embelesa y domina toda la perspectiva. Al otro lado de esta frontera se adivina una ciudad deshumanizada y desprovista de proporcionalidad, agresiva y levantada sobre edificios abrumados por su verticalidad desafiante, hacia las tinieblas de un cielo desconcertado y desistido.

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